Me
confundieron con la narco?
Por Gheidy
de la Cruz
Era uno de
esos días, luego de una agitada semana de trabajo y de hacer un viaje
apresurado a mi país, República Dominicana, ante la sorpresiva muerte de un ser
querido.
Al igual que
toda mi familia estaba abrumada. Nunca estamos preparados para ver partir de
este mundo a uno de los nuestros.
Estuve dos
semanas en mi media isla, pero mi regreso estuvo plagado de dificultades. Nunca
pensé el trauma que traería todo esto cuando llegara al AILA (Aeropuerto
Internacional de las América, designado José Francisco Peña Gómez).
Mi hijo de 7
años y yo, llegamos temprano a la terminal (4 horas antes), por circunstancias que no vienen al tema,
ustedes saben lo que representa en el país el transporte.
La fila de
chequeo de la aerolínea que nos traería a Puerto Rico tenía muy pocos pasajeros.
Qué maravilla!!!
Hice la inspección
de maleta, por cierto, prácticamente vacía (como inmigrante tengo la costumbre
de dejar prácticamente todo a mi regreso).
Todo fue
bastante “ligerito” –era mediados de diciembre 2012- y el volumen de pasajeros
es de llegada, no de partida.
Como era
temprano, no habíamos desayunado, así que antes de ir a la fila para la zona de
control, y de tener mi boleto en mano, decidimos dar una vuelta, mirar las tiendas, y
apreciar los cambios de la terminal, pues nunca lo hago en ese punto por la
prisa y las largas filas.
Como no había
prisa me detuve en un “gift shop” del lobby, compré una revista y unos dulces.
Más adelante, mi hijo divisó una “M” grande de una cadena de comida rápida así
que caminamos hasta allí, pero estaba cerrado.
“Habían quebrado”, nos dijo un
maletero que pasaba.
En fin, que
le dije a mi hijo que mejor entráramos “gate”
y que dentro, con calma, buscábamos donde comer algo, pues ya teníamos como
media hora.
Avanzamos
hasta la inspección de Migración, pero, oh sorpresa!!! Estoy en fila,
tranquila, porque ya estoy de regreso a mi hogar. El agente de Migración me
pide el pasaporte, identificación, boleto aéreo como corresponde. Me mira de arriba abajo,
algo sospechoso y con cierta aptitud (ya saben ustedes como son los “jefecitos”
de nuestro país cuando tienen un “carguito”).
Me impresionó
que pronunciara correctamente mi nombre y apellido (muy pocas personas lo hacen,
por lo general, quienes no me conocen y lo leen de la manera que se escribe lo
pronuncian “gueidy”, “jedi”, pero no (jeidi) que es la manera correcta.
Me indica el
inspector que debo salir de la fila e ir escoltada a otra línea y que él se quedaría
con mi pasaporte. –Recuerden amigos que me leen, que estoy narrando un hecho
que me ocurrió en República Dominicana-.
De inmediato
se acercan dos oficiales y me conduce al primer punto de inspección. Paso por
la puerta de detección de metales y coloco mi equipaje de mano. Mi hijo y yo pasamos por la zona sin
problema, como es.
No obstante,
y pese a ver que no llevábamos nada prohibido, me solicitan detenga mis pasos y
pase a otro punto, el de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), para
una prueba de explosivos y sustancias controladas, eso atiné ver.
Estaba algo
intrigada, no sé si nerviosa. No iba a pelear, sobre todo porque esto ocurre
frente a mi hijo, y entiendo es un procedimiento, supuestamente al azar.
Me dije: “El que nada debe, nada teme”. No soy
una delincuente, traficante, no fumo ni un cigarrillo, ese humo lo odio, me
irrita hasta el alma.
Dos ofíciales,
sentados con un sofisticado equipo, toman como unos pañitos, parecido a una
gaza y me hacen el procedimiento en mi correa y manos para una prueba. Claro,
todo negativo. Nunca he manipulado explosivos, no vendo droga, no he matado,
violado, atracado…en fin soy una persona normal que no busco lo fácil para vivir
mejor.
Soy feliz
con lo que Dios me ha dado, aunque tengo mis aspiraciones de seguir creciendo.
No se me
llenan los ojos con banalidades que se tienen hoy día, sobre todo en nuestro país
donde cualquier “pelagatos” tiene una mansión y un carro del año sin dar un sólo
golpe.
En nuestro país
la gente vive pendiente a la marca de la ropa, al carro que tiene el fulano, el
celular moderno de última generación, tienen más cosas materiales que los mismos
que viven en el exterior y que tienen mayores ingresos.
Los que
emigramos y trabajamos de manera honesta tenemos que vivir el día a día, pagar
renta, cubrir todas nuestras necesidades. Muchos hermanos dominicanos, que no
han tenido la suerte de obtener un buen trabajo, tienen que laborar largas
jornadas como obreros, y encima enviar ayuda a sus familiares.
Pero, retomando
el tema de la inspección que me tocó en el aeropuerto: caminé tranquila. Lo único
que me preocupaba era lo inquieto que estaba mi hijo con una de preguntas del
por qué hacían eso. Ya el conoce la rutina cuando viaja, esto era algo nuevo
para él.
Me hicieron
una segunda prueba, esta vez en mi cartera, y por supuesto que fue negativo. La
única droga que he visto en persona, en mi vida, es la que incineran en la DNCD cuando solía
cubrir, como periodista, esa fuente.
Muchos me
miraban, a mi no me dio vergüenza. Tengo una autoestima que llega al cielo. El procedimiento puede resultar un bochorno.
Fue una
experiencia no grata, pero sirve preguntarme ¿Qué vieron en mi sospechoso? Alguien
me dijo que probablemente por el estilo que llevaba ese día (pantalón vaquero y
botas).
Cómo es
posible que miles de personas “mulas” logren pasar por estos puntos de inspección
cargados de droga o con millones de dólares
y euros producto del lavado del narcotráfico, si son tan rigurosos.
Ojalá las autoridades
estén bien prestos para combatir el narcotráfico como se debe, pues a mi
humilde entender para alguien pasar cargado de drogas debe tener una conexión
interna, sin duda.
Esta
historia sigue. Si creyera en que le echan a uno un ‘fucú” o “guanguá” pensaría
que me levanté con el pie izquierdo ese dí.
Luego que
paso por ese amargo momento y me dirijo a la fila de inspección, ya con mi pasaporte
y mis documentos nuevamente enfrento otra incomodidad.
La joven inspectora me pregunta cuantos días
estuve en la República Dominicana. Le indico: –dos semanas-.
Luego, me
pregunta desde cuándo mi hijo se encontraba allá, le digo” -que el mismo tiempo
que yo. Llegamos juntos-.
Ella me mira
y me cuestiona. Me dice que le estoy mintiendo, que debo pasar a la caja de pago porque debo el
exceso de días que estuvo mi hijo en el país, ya que es ciudadano americano.
Le explico
que es imposible, y que en mi pasaporte está la prueba. La oficial me cuestiona
nuevamente, y dice que mi hijo tiene dos meses en la República Imagínense como
me pongo. Otra “vaina” mas.
Le digo que
es imposible y le reitero que en el pasaporte está la evidencia de entrada. Le
pido que me lo pase para mostrárselo, y me dijo que no. Ahí me acaloré porque
ya me estaba dando cuenta que había una doble agenda.
Ante su
negatividad, le exigí llamara un supervisor, y cuando llega le explico la situación.
La señora –inspectora de migración-
sigue con la misma alegación.
Cuando por fin
me permite ver el pasaporte, veo que le habían ponchado el pasaporte a mi hijo
con una fecha incorrecta el día que entramos. Pensé que esos errores en mi país
ya no ocurrían. Dios Santo!
Por qué
hablar a medias y no decir desde el principio lo que pasaba, y permitir que yo
diera mi explicación.
Por suerte,
conservaba en mi cartera la parte del ticket que utilicé para entrar al país donde
se veía claramente la fecha. Me dijo que esto era una dificultad y que para
evitar retrasos que pasara mejor a pagar.
Me opuse
rotundamente, no iba a pagar por un error que ellos mismos comentiendo. Entré
en un intercambio de palabras y le dije que abriéramos un caso de investigación
para verificar quién estuvo de turno ese día, y que probablemente las personas
que entraron iban a tener el mismo problema.
Finalmente,
la inspectora me dijo que me daría un “break”. Qué falta de respeto? una
oportunidad de qué, yo tenía mi razón y creo que situaciones como esas no se
resuelven con un “break”, ni agendas ocultas. Yo no me estaba robando mi hijo,
pero y si hubiese sido el caso, ese “break” habría tenido otra connotación. Así está nuestro país.
No pagué lo
que me querían cobrar porque era improcedente, y punto. No por una oportunidad…realmente
hay que escuchar cosas en la vida, sobre todo en un punto de inspección tan
importante.
Luego, seguí
mi rumbo. Caminé hasta la puerta de salida. Gracias a Dios que llegué temprano
al aeropuerto. Pudimos desayunar y abordar a tiempo el vuelo que nos traería a
San Juan, Puerto Rico.
De camino
pensaba los malos momentos que le hacen pasar a personas inocentes y lamentar
que no toman acciones contra las verdaderas plagas del mundo. Así las cosas.
Ah… como verán
mi ticket fue ponchado como evidencia de que hubo una inspección, y al llegar a
mi casa y desempacar, me encontré con que también los federales habían revisado
mi equipaje y dejado la notificación.
Definitivamente,
a veces nos levantamos con el pie izquierdo.
En mi próxima entrada hablaré de los puntos de inspección de los aeropuertos. No los cuestiono, todo lo contrario. Me alegra haya seguridad.